domingo, 22 de abril de 2012

ABUSO


Cuando la mate, me desplome de satisfacción, sabiendo que ese felino animal no rondaría más por la cornisa de balcones y tapiales llorando por comer. Saque su sufrimiento y le di paz, a la pobre gata coja.                                                                                                                                                                       
Todas las mañanas maullaba incansablemente, y ningún vecino que la tenían más a su alcance hacia algo, yo no podía hacer nada, la gata no llegaba hasta el segundo piso, así que solo la miraba, le sonreía y ella me respondía mirando hacia arriba con sus imponentes ojos verdes y amarillos pidiendo ayuda. Famélica y con su pata herida era un sonido constante en el pulmón del edificio. Durante el día se tranquilizaba, y por la noche no se la oía, el peor momento para aguantarla era durante la mañana; yo nací para dormir, soy una experta en perder la noción del tiempo. Pero la felina hacía meses que interrumpía mis amaneceres que eran intocables, y produjo un misterioso impulso psicópata y asesino que me impulsó a torturarla un poco más antes de morirse, entre onomatopeyas del cuadrúpedo animal, el reloj pegado al velador y las arandelas de la cortina rozando el caño de bronce.                                                                                                                                             No fue nada fácil matar al félido, y cargar con ello, porque no era un gato blanco, gris o marmolado, ¡era negro!, cuantas supersticiones giran en torno a éste, tenía que matarla 7 veces para que muera finalmente. Encima en el mundo del misticismo se lo usa para diversas maldades, ¿Tendría poderes éste? ¿O solo algunos lo poseen?  El miedo con el que debía cargar no me dejaba caminar, ni dormir, ni beber, quizás había interrumpido algún tipo de práctica de algún chaman o aquelarre.  O sino de lo contrario podía tener buena suerte, por haberlo llevado a una mejor vida y darle sus pasos y andanzas a otro gato con mejor futuro. Si reencarna en otro gato, puede que le toque una familia mejor, que lo cuide, lo ame y lo mime, y no que lo deje vagar por el consorcio.                                                                                                                 Yo nunca fui una buena cristiana, y lo sabía, por eso, éste no iba a ser el evento que me lo demostrara. Aunque por momentos sentía la perfidia de mi conciencia, que me había hecho creer que ella tampoco era creyente, ni feligrés, ni supersticiosa, pero me traiciono haciéndome más humana,  de carne, hueso, tejidos y órganos, y en resumen un cuerpo que siente pena y tristeza después de asesinar a alguien que no podía defenderse, cuando su lomo no tenía fuerza por no comer, y una pata averiada.  Maldigo el día en que mi característico impulso mato al indefenso doméstico. Ahora mis sueños eran oscuros, negruzcos. Ese maldito me perseguía a donde fuera. Y no entendía porque éste odio, si siempre ame a los animales. De niña nunca me habían dejado tener mascotas, mi padre consideraba que eran sucias, cualquiera sea de ellas.                       Cuando fui grande pude tener las que quise, cada una en base a la responsabilidad, respeto y cuidado que merecían. Perros no podía tener porque vivía sola  y el animal dependería solo de mí, además era muy chico mi apartamento. Los gatos nunca me gustaron, me miran y me inhiben, y encima soy alérgica. Pero tuve, tortugas, peces, hámster, axolotls y cobayos, aunque me hubiera gustado tener otro tipo de animales no domésticos como una víbora, arañas, monos, teros, chanchos, conejos, loros, y hasta un tigre. Pero tenía cierta consideración o conciencia por el habitad que cada animal necesitaba. Por eso odiaba los circos, veterinarias y todo tipo de lugar donde se tenga en cautiverio a esos pobres animales que adornaban paisajes de diversos países. De grandes, con mi hermano, podíamos tener cuan animal quisiésemos, él también tubo la falta de amor y afecto  de una mascota, así que  llevó un perro a casa de nuestros padres, ya teníamos más autoridad y los viejos no dijeron nada. A ese perro lo amábamos desinteresadamente, uno no pide nada a cambio de ellos, a lo sumo una correteada buscando algún objeto arrojado por uno, pero nada más, el solo te pide comida, abrigo en invierno y unas caricias en el lomo.  Pipino era un perro hiperquinético, que mi hermano había rescatado de una inundación que azotó a la ciudad de Santa fe, era  estilo galgo en miniatura, por eso siempre había que soportar chistes y cargadas de vecinos que decían que no lo alimentábamos, pero Pipino era así de flaco, tendría un metabolismo acelerado quizás, porque comía manjares. Siempre alterado, cuando llegábamos nos recibía subiéndose por el capot al techo del auto. Cuando lo paseábamos saltaba por las ventanillas con el vehículo en movimiento, y a las pocas cuadras regresaba ingresando nuevamente por la ventanilla a una velocidad de 70Km. Era tan especial que su pérdida fue dolorosa para toda la familia, hasta a mi padre se le habían caído las lágrimas que nunca lloró por ninguna mascota en su niñez. Yo lo lloré mucho, dormía con el cada vez que visitaba a mis padres, y lo amaba. Siempre amé a los animales, los quise, sabía que se sentía por uno, por eso no comprendía lo que había hecho.                 Pero lo que más me dolía y perturbaba era la forma que elegí para matarla, primero la puse en una palangana con agua y con unos cables pelados le di descargas, me encantaba ver como se le paraban los pelos, era como en los dibujos animados que todo tiene retorno, no podía parar de reírme como si no fuese un animal de verdad, en ese momento lo veía como un juguete, y no dimensioné lo que estaba haciendo. A veces el sonido que emitía se asemejaba al de un bebe humano llorando, pero eso no me conmovió para hacer mi cometido. Para terminar con esto, luego la metí en una bolsa y enrosque su cabeza con un piolín, ella temblaba mucho y se sacudía, pero ahí la deje un par de días en la bolsa tirada dentro de la alacena. Arrojar el cadáver no era problema, total nadie revisaba la basura que cada vecino tiraba diariamente. Pero el problema llego cuando el desecho arribó al basurero de la ciudad,  los empleados se encontraron con el mal, y una especie de maldición que era enviada para mí. Deciden publicar el crimen, horrorizados sabían que el morrongo había sido víctima de un psicópata.         Una mañana desvelada prendo la televisión y pasaban la noticia en el canal local; decidí apagarla para que no me sigan ofendiendo e insultando. Puse música y con mi armónica le dedique una canción a la gata negra, luego de abusar de ella en mi estado de ira y enajenación.

Maria Eugenia Peralta



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