Anhelada nostalgia de recuerdos mundanos y acarameladas felicidades que escupen brillos de sabor a nada por doquier.
Sabores olvidados pero llegados a la memoria circunstancialmente.
Aromas a flor de piel, gustos compungidos de arboles enmarañados recorriendo aquel arroyo infinito. Aguas calmas y tranquilas de vientos que no son.
Olores que vienen y se van, para quedarse en los orificios nasales de mi nariz memoriosa, como los atardeceres de un árbol a la costa de una laguna.
Cigarras crujientes de hojas otoñadas.
Tierra seca, como polvo de casona olvidada.
Naranjas zanahoria y verdes camalotes en su natural paisaje. Errante, agresivo y autóctono paisaje que flamean tus aguas a la orilla.
Romántica y empalagosa noche de cereza en almíbar. Untaste mis recuerdos, para nunca mas irte, para dar fortaleza y giro a esta rueda mágica que rota sin nunca cesar su paso. Que sigue en pie, que sigue roja, ardida en tu inmensidad misteriosa de muerte.
Olor a nada es aquí, sabor a nada por ahí.
Silencio inmutado de quietud, placer jolgorioso de haberte vivido.
Colores y texturas te rodean.
Crocantes gustos e indispensables tramos que contemplan la vida de tu eterno paisaje.
Flores cautivas, flores taciturnas te adornan, flores actitudinales. Flores agresivas y sensatas, sabias y aprendiz.
Maria Eugenia Peralta
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