Blancos algodones invadían tu pálido y triste rostro que hablaban sin decir letra alguna. Que transmitía miedo y pudor.
Cara angelical seguida de poseído demonio.
Consumido por tu vida.
Esa larga vorágine que no se detiene. Perfumada de cautivas praderas violetas parras y verdes manzanos.
Repleta de todo, pendenciera, rencorosa y dadivosa. Imponente y eternamente indescriptible.
Sueños desperezados de dormir en ella.
Relajados y extasiados de mágica locura transparente.
De espontaneidad.
De dureza y flacidez.
De tupida a árida.
Todo tenes, todo llevas, todo mostras y no te quejas, solo manifiestas tu enojo, tus iras, tu rebeldía cautiva y acechadora como flor muerta por la maliciosa escarcha de tus crudos inviernos.
Azotando manos y rostros, cortando pieles arruinándolos.
Besas la luna, y besas el sol, todo lo tenes vos.
Nada se te escapa.
Todo es tuyo.
Nada es nuestro.
Tu maravilloso oxigeno inunda mis sentidos plagados de emociones fructíferas. Emociones calmas, emociones violentas, emociones que solo vos manejas y decidís por ellas.
Risa destructora que culmina en tragedia.
Perdida sin retorno a la amistad.
A borbotones impolutos brotaban sus miedos.
Duro como fierro de aquella baranda en el puente.
Se esfumo esa noche sorpresiva de accidente.
Aterciopelado accidente que tiño remolacha nuestras vestimentas para dejarlas estupefactas en el tiempo.
Noche agitada pero serena hasta el entonces…
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