Mi vida no tenía ningún camino marcado, aunque hay quienes dicen que jamás están trazados, sino que uno los va huelleando, o hay personas que te los van truncando.
Mi vida daba giros, volteretas, piruetas, danzaba, bailaba, se inmovilizaba, pero como quedaba quieta también era hiperquinética e iracunda.
Era siempre versátil como yo, no era rutinaria, pero otras maniáticamente costumbristas.
La gente que me rodea es siempre la misma, y no, también aparecen nuevas y gustosas caras. Pero lo que principalmente sentía es que todo cambiaba en base a los números, con esto me refería a los años, el día, el mes, las lunas, los planetas que pasarían por el nuestro, con quien se alineaba cada uno de ellos.
Los pensamientos son materia y como tales, podemos ser capaces de transformarlos, el cuerpo humano es un completo campo magnético. Tenemos estática, y eso nos hace poderosos, pero no todos tienen el privilegio de captarlo.
Primero hay que iluminarse, despertar, abrir bien los ojos, y mirar más allá de la cama, la puerta, el perro o el cielo, es el reaccionar espiritual el que nos hace conocer y no gustarnos o solo asustarnos como si viéramos en uno, a otro sujeto.
La des personificación es absolutamente necesaria, aunque al mirarte al espejo tu rostro se deforme como plastilina, y de cierto contexto borrascoso.
Hay personas que pasan la vida viendo y no observando, ni su interior ni a su alrededor, eso siempre me pareció triste, o envidiable.
Maria Eugenia Peralta
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