Ellos amaban su pueblo, Telma y Valor habían nacido allí, y ahí morirían.
Eran cómodos, viejos y rutinarios, la cotidianeidad jamás los asfixiaba. Hablar con los vecinos, chusmear vidas ajenas y relatar sobre la propia a modo de terapia colectiva era su entretenimiento. Ellos no se prendían en nada, pero sabían todo.
Si hubiesen tenido un hotel alojamiento se habrían divertido incesablemente.
Si alguien subía o bajaba de peso, daba qué hablar.
Si eras desalineado, las lenguas se aflojaban.
Si cambiabas de pareja, sea éste novio, concubino o marido, era el entretenimiento por semanas.
Si se vendía o consumía drogas o cualquier otro tipo de acto de índole clandestino e ilegal, se miraban las pruebas del delito (propiedades, autos, viajes, etc.).
Si enfermabas (de lo que fuese) morirías como sea.
Ser infiel era una tortura china cuasi kármica y la mancha que jamás se iría de la piel (ni en 20 años).
Si quedabas embarazada, era la muerte… Preferías ser quemada en la gigante hoguera de viejas chismosas; total luego de un tiempo era el olvido, y finalmente la tranquilidad y el disfrute.
Todo se contaba pero nada se decía.
Se tergiversaban hasta las mismas hipótesis.
Pero Telma y Valor no podían hacer sus bolsos y partir de ahí. Aunque nada los atase a ese infierno terrenal.
Valor, creía tenerlo, pero las heridas de dichos en los que alguna vez su familia protagonizó, ya no le afectaban.
No era cura de espanto lo que sentía sino más bien conciencia. Él ya sabía muy bien de que se trataba el lugar y con qué bueyes estaba arando.
El pueblo era lindo, grande, coqueto, y limpio. Lo que había que hacer era vaciarlo de personas. La gente mala se encontraba en todo el planeta (como así la buena) pero parecía estar toda amotinada allí en ese conglomerado pueblo que vio crecer a Telma y Valor. Es ahí cuando propuso a Telma una ciudad perfecta y comenzó su cuento…
INFIERNO GRANDE
RELATO DE VALOR
Allá por el año 1890, la gente llegaba, y fundaba pueblos construyendo hogares; colocaban una plaza, cementerio, comunas, luego municipios y una comisaria que mantenga el orden y cuide a los ciudadanos. Con todo eso bastaba; labrar la tierra, hacer casas, y trabajar los trenes en los ferrocarriles. Las mujeres por otro lado, cocinaban, fregaban ropa, criaban a sus hijos y por la tardecita, en las noches de verano, se sacaban los sillones a la vereda, acompañándolo con un Amargo Obrero.
Aunque no se calculaba que después de aproximadamente doscientos años. La población de hombres de quintuplicaría. El caos comienza cuando las relaciones humanas se maximizan, los roles se multiplican, y las actividades se duplican. El hombre no está preparado para la interacción social con otros sujetos, la multitud lo vuelve primitivo, tonto, y banal. Y por eso decidí cerrar mis ojos y armar, a mi gusto, la ciudad donde vivir. Desperté una mañana nublada, fría y gris, como el mismísimo saturnismo, y propuse a Telma salir a caminar y matar dos pájaros de un tiro, mientras paseábamos nuestra mascota reducíamos los triglicéridos. Salimos, todo parecía calmo y tranquilo como biblioteca, caminamos y ningún auto pasó por delante de nosotros, avanzamos y Peperina (nuestra perrita) no cruzó ningún perro. Pensábamos que la mañana quizás, se había hecho más larga adredemente y no nos habíamos podido enterar. Los vecinos no estaban allí con sus escobas y ruleros barriendo las veredas. Lo más sorprendente era no ver ninguna moto si quiera estacionada. Había de ellas en exceso, y no escuchar el caño de escape de algunas, era confortablemente misterioso. Que no hubiera motos era tan raro como que no haya gente. Seguimos con nuestra actividad ocio-deportiva y nos comenzamos a preocupar. Peperina era un animal inteligente, pero no parecía percibir lo que sucedía. Comenzamos a dudar sobre la hora y el día que eran, tal vez era muy demasiado temprano y es por eso que no había nadie o bien que era fin de semana puente, y la gente había partido de viaje.
Íbamos a grandes pasos y agitados pulmones, sacando conclusiones, hipótesis o teorías del fenómeno “pueblo vacío”.
Nos cansamos demasiado y nuestra garganta pedía ser hidratada urgente. La alteración que teníamos era lógica, pero ya habíamos perdido un poco de cordura unas cuadras atrás; cada metro a metro avanzado la lucidez se desvanecía. Contrariamente a lo que se podía esperar que sucediera, esperábamos que sea solo un susto, y que saliéramos de esta enorme broma, jugada por alguien o alguienes. Desesperamos y el susto no llego, así que a las diez cuadras volvimos a nuestra casa para mirar un reloj y el almanaque. Pero todo estaba bien, no estábamos locos, el misterio y la duda nos abordaban, pero si bien el miedo nos bloqueó tomamos una decisión. No salir de la casa hasta que alguien llegara a nosotros, cerrar bien todas las puertas, ventanas y esconderse por si había algún tipo de secuestro de personas en masa, trata de blancas, o si alguna enfermedad pandémica azotó a la población. Nos refugiamos en un cuartito, o una especie de ropero empotrado en lo alto de una pared. Nos llevamos comida, agua, abrigo, pastillas y a Peperina. No teníamos mucho tiempo, debíamos subir y que Dios decida que sería de nosotros. Pero encima yo con mi colon irritable, ¿Cómo haría allí arriba mis necesidades? ¡Y encima soportar las de Peperina! Tuve que ingeniármelas, saque unos caños de cloaca, en polipropileno, rompí un poco los cerámicos del altillo, o hueco como solíamos llamarlo con Telma, y los pase por ahí, hice un codo con dos vasos porque el ángulo no me daba, y le di salida al patio. El caño lo unte en vaselina para que las heces puedan deslizarse con facilidad, ya que el caño no era de generosas pulgadas. En el inicio de esta suerte de escusado, hice un embudo con un taper, y cinta adhesiva, uní el caño de PVC al taper, con una manguera flexible, ancha y transparente que encontré en el baño. Me había llevado todos los materiales arriba sin una previa idea en la cabeza, subí e idee.
Pasaron tres meses y la incógnita aumentó. Teníamos un reloj pero no sabíamos ya cuánto había pasado. El reloj solo marcaba las cinco y media, pero no sabíamos si eso era antes del meridiano o pasándolo, porque no entraba ni una pizca de sol. Todos esos meses no hicimos otra cosa más que sacar conjeturas y más conjeturas, jugábamos con Peperina, comíamos mucho a pesar de los nervios, charlábamos tonterías, planetariades, pero nunca tomamos una decisión al respecto.
Nos llevó un mes más decidir qué haríamos al bajar del hueco, el silencio ya nos aturdía, maldecido y callado pueblo, no habíamos oído voces, ni bocinas en estos tres meses!... esa era la única pauta que teníamos de que todo seguía igual.
Mientras algunos días deliberábamos qué hacer, comenzaron a entrar moscas por el caño, nos entreteníamos matándolas, y Peperina se las comía, la diversión terminó cuando baje y pude ver que el caño, que coloque en dirección al piso, hacia allí iba, pero al piso del aire acondicionado que estaba a un metro de distancia nuestra. Todos los olores nauseabundos que nos invadían eran nuestros excrementos, y no cadáveres como pensábamos.
Miré por el agujero de la puerta y ahí nuestra cama; hice un paneo de toda la habitación y estaba todo tal cual habíamos dejado; la cama tendida y la puerta que daba al pasillo cerrada.
Abrí en suspenso, muy despacio, para que las bisagras no hicieran ruido y las maderas no rechinaran. Mire hacia abajo, y voltee la cabeza haciéndole la seña de silencio a Telma. Ella me miró y acento cerrando y abriendo los ojos de inmediato, casi pestañeando. De inmediato, mientras observaba y recalculaba en mi cabeza, pensaba que había sido tan bruto como un gallego; antes de llegar arriba con Telma, había arrojado la escalera a lo del vecino (para que no quedaran rastros) y luego de botada ascendí con la ayuda de un mueble de unos noventa centímetros más mis brazos y los de Telma extendidos al tope.
Ahora debía saltar, y si bien el dolor no importaba (porque existía la posibilidad de caer sobre la cama) me preocupada el ruido que podía hacer. Sentía que si saltaba allí, abajo, saldrían volando 200 palomas por el escandaloso golpe. Contemplé un par de horas y traté de arrojarme en cámara lenta. Finalmente caí, y luego de un eterno pedido de silencio en mi cabeza, volví a pensar. Atisbe a Telma que con Peperina en brazos me hacía la señal de que todo estaba bien. En voz baja, casi susurrando me dijo: ¡Anda!, ¡anda! a ver qué carajo pasa.
Encaré hacia la cocina, y vi por la ventana del patio que las plantas, y el sol seguían ahí, y que al parecer era otoño porque todas las hojas crujían y eran de colores amarronados e intensos amarillos. Con terror salí al patio, y percibí que el aire era el mismo, oxígeno y otros gases, no había nada toxico o maldito en el ambiente, de echo pude divisar algunos pájaros y a nuestra tortuga que habíamos olvidado. La saque de entre las plantas y para mi grata sorpresa Uñitas saco su cabeza y despegó sus ojos. Con ella en mano, volví a la habitación y le hice a Telma la seña de que todo estaba bien, y que nos habíamos olvidado el reptil, unos descorazonados…
Volví a irme, pero esta vez probé con el otro patio, donde teníamos un aljibe de donde sacábamos agua que nos brindaba la lluvia. Atiné a abrirlo y arrojar el balde, ansioso por ver como subía el color del agua, llego a mis manos y para mi grata sorpresa, era incolora, transparente, fresca, inodora, y exquisita. Mi racha esperaba un verde esmeralda y de musgoso camalote. Por gracia teníamos una buena y trascendental rica agua. Regrese hacia el pasillo, y al paso por nuestra habitación, le hice otra vez seña a Telma, que estaba todo bien. Dejé a Uñitas en el cementoso patio y decidí enfrentar lo que estuviese sucediendo fuera de nuestro domicilio. Pase la cocina, el comedor, y finalmente llegue al living. Todo ese recorrido hiso mostrarme que los sillones, y hasta plata, no se habían alterado, aunque comencé a sentir voces de niños, a lo lejos jugando con su madre y retándolos. Me volví corriendo para decirle a Telma, si había oído lo mismo que yo, a lo que me respondió que no. Regrese y ya nada se escuchaba.
CONTINUARA…
No hay comentarios:
Publicar un comentario