Caminando con la madre, su perra y el hermano, Gregorio; Matilda siempre disfrutaba de estos paseos donde se descansa, aunque a ella le trasmitían dos cosas, una era paz y la otra era arritmia; la primera está clara, es que en los cementerios hay silencio y tranquilidad, es mejor que cualquier clase de yoga, y la segunda sensación es por miedo a terminar ahí. No le gustaba ninguna otra vida física después de la muerte, a ella no le gustaba la idea de terminar en un cajón, quería seguir pudiendo ser libre y tener espacio, tampoco ser cenizas; los crematorios intoxican las casas aledañas, y consideraba además, que el cuerpo humano está diseñado con tanta perfección y exactitud que sería una pena hacer polvo de ello.
A Matilda le daba lo mismo ir al cementerio, total ya no había nada que salvar ni porque sufrir, lo que si le hacía muy mal eran las clínicas y nosocomios, eso la alteraba mucho, el olor a suero ya le revolvía su futuro, y ver mapas en arrugas faciales de los viejos le daba mucha tristeza. En cambio cuando iban al cementerio, a pesar de rememorar muertes dolorosas y de gente allegada como un novio de Matilda, y amigos que se habían suicidado, era un tanto divertido ver fotos de caras tenebrosas, nombres graciosos, extraños y ya sin vigencia alguna, teniendo en cuenta para decir esto que el pueblo ya tenía 120 años de antigüedad.
En un momento de la visita a su abuela, Gregorio y Matilda se pierden; ella tenía registro de un cementerio chico, pero evidentemente hacia mucho que no iba, ahora era gigante, y eso era fácil de pensar sabiendo que es un pueblo con un alto porcentaje de suicidios por año.
Se perdieron los cuatro, todos separados, hay quien dice que son las almas de los muertos soplando a tu cuerpo en dirección hacia tu futura lápida. Desorientada pudo sentir ecos y bullicios de voces, como festejo en un club barrial. Sus pasillos cobraban vida, como si todo fuese un paseo de domingo familiar, en donde hay artesanos, comensales, bailarines y contexto de jolgorio, todo era una fiesta en el cementerio del pueblo cuando Matilda quedaba sola.
Sentía caminar por el cielo, pero en ese extasiado momento, de repente, se esfuma todo por los gritos de Gregorio buscando a su perrita que también habían perdido, ¡¡¡¡¡Lupita!!!!! Y ahí despierta Matilda, sintiendo cierto estado de cansancio, su cuerpo quedo como exhausto, triste y repleto de preguntas.
Pero sin rencores hacia ella y su hermano que de alguna manera tenían un indescifrable morbo por sentir un disfrute en un terreno donde se sepultan cadáveres, quedó perpleja sin contar lo que le había sucedido. En ese momento cuando se encuentra con Gregorio aparece Lupita con la orejitas bien bajas, Matilda sabía muy bien lo que estaba sintiendo el pobre animal; los tres juntos fueron a buscar a su madre que habían dejado que llore a solas frente a la lápida de su madre que había muerto hacia solo un mes. Cuando encuentran a Mirtha, aparece detrás de ella una víbora gruesa y de un metro y medio aproximadamente, Matilda siempre sabia de todo un poco, y entre esos saberes, estaba segura que el ofidio era una yarará, así que había de tener cuidado porque encima Lupita se le estaba acercando para olerla y entender cómo ese animal se arrastraba con tanta facilidad; en ese instante Gregorio la aúpa, y todos observamos cómo se trasladaba con ágil estética hacia un nicho aun vacío. Y fue ahí que Matilda concluyo su día con preguntas y más preguntas, en sus experiencias llámense místicas, las voces, el perro, una víbora que siempre ha estado en las muchas culturas como simbolismo y pensó: ¿es esto el aviso de mi muerte? o ¿simplemente mi conversión en la reencarnación?, perro, víbora y nichos, ¿había algún mensaje en ese episodio?, ¿El reptil acaso le estaba señalando cuál era su nicho?, frente a sus dos abuelos maternos casualmente. Sin más que pensar salió muy rápido del perímetro, sin correr para no llamar la atención de los lúgubres pero a pasos largos y agitados, hasta que llegó a la vereda, vio su auto, y ahí se sintió protegida.
Desde de aquella vez Matilda no fue nunca más a visitar a su abuela Matilde; no solo por lo vivido, sino que no le encontraba ningún tipo de sentido ir a llevarle flores y hablar con una pared, pensaba que las flores se dan en momentos lindos, festivos, y a personas vivas no a cadáveres, que ni si quiera se sabe si sigue siendo un cadáver, si resucito, ya es un esqueleto o solo un desecho tóxico. Cuando se va al cementerio no se sabe en qué etapa de proceso está el fallecido, por eso Matilda elegía hablar con la abuela en su casa.
La nona siempre aparecía cuando su hija Mirtha peleaba a Matilda, o cuando la autista Lupita jugaba con Gregorio. Además le daba bronca y enojo que su abuela tenga que estar ahí, le parecía una locura pensar en pagar por un lugar donde yacer en paz, las personas viven de consumismo, gastos, más gastos, plata, moneda, economía, así es que se rige el mundo y hasta en la hora de la muerte también se media con plata!!!!????
No podía concebir esa idea de opciones de “combos”, nicho, tierra, panteón, lapida, mármol, granito, porcelanato, foto, no foto, flores naturales, flores artificiales, cuando lo único que se tendría que llevar a las visitas es una bolsa con abono, ya que pagaste por ese puto rectángulo, cosecha!!! Decía Matilda indignada. Que además de tener que elegir entre estas opciones de sepultura la colocaron debajo de su marido Joaquín, que había muerto hacia 26 años, quien sabe en que anda su alma, ¿Por qué la gente acostumbra a seguir costumbres estúpidas e incoherentes? Pero para que calavera no chille, mejor que quede cerca de su esposo; Matilda no comprendió, pero lo respetó, después de una experiencia esotérica en casa de la nona, cuando apenas había tocado el arpa. Ordenando su casa para alquilarla lo antes posible porque urgía el dinero, Matilde apareció prendiendo y apagando luces, y dejando al descubierto su sombra. Como era de esperarse de un ser humano cuerdo, Matilda quedo helada, y salió llorando, donde su hermano Gregorio hacia arte con chatarra del patio, lo miró, se hiso la fuerte pero no le conto nada, solo le dijo que podían irse, porque ya había ordenado mucho, así que es que se fueron juntos en la bicicleta. Después de ese momento Matilda no entro nunca más a la casa de Matilde.
Siempre el miedo la alejo de lo que lo causaba, pero en el fondo, Matilda sabía que iba a terminar igual que Matilde, siendo un espíritu bromista….
Maria Eugenia Peralta
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