Nada salía
Nada ocurría
Nada era
Nada solía
Todo en la oscura y tranquila noche; en la silenciosa y brillosa luna que adornaba
su luz con mágicos sonidos.
Los grillos cantaban y las chicharras respondían; las ranas
sonaban aun más fuerte para tapar a los insectos.
Lo perros en los barrios aledaños peleaban para defender a su
amo y su territorio, todo parecía suceder en la silenciosa noche.
Algunos gallos perdidos cantaban a deshoras. Y las maldecidas
obras del hombre cubrían la naturaleza con sus momentos pincelados de buenas
vibraciones.
En esas noches sucedía todo en el pueblo, autos perdidos,
riñas de perros y adolescentes jolgoriosos gritando. Menos a mi… A
mi no me sacudía nada.
Nadie me zarandeaba el corazón.
No era adolescente y mi auto no se perdía en los suburbios.
Mi corazón se iba enfriando.
Yo no era no de aquí ni de allá, y es por eso que no podía
plantar mi bandera firme en algún sitio.
Mi corazón se hielaba, ya no sentía nada y las desilusiones
constantes no querían padecer más en mí.
Mi cuerpo quería desconocer las lágrimas y desconectarse del
fracaso.
Nada estaba en mis manos pero todo hacia suponer que las
cosas mejorarían a largo plazo.
Me merecía mucha felicidad, de esa que brota por los poros y
manifiesta tu visible aura. Pero nada por el circunstancial momento sucedía.
No hablaba mucho, porque sabía poco. No contaba nada porque
no pasaba nada en mí.
Mi felicidad y corazón estaban tiesos, esperando despertar
para bambolearme el alma. Requería de vida, risa y tranquilidad. La noche regalaba frio a pesar del verano
como también serenidad y un cielo que de
no poder verlo seria envidiable.
Era luminoso y colmado de estrellas yacía taciturno e
inhóspito en las alturas. La solitaria noche me enseñaba valores y respeto.
Este cielo no era solo un profundo y negro fondo tapizado de
estrellas. Era una maravilla, casi igual que la lluvia.
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